En este libro nos temas de
nuestra población indígena, además de las relaciones comerciales y también de
situaciones religiosas. El más importante para de este libro es
"El diosero", cuento que da nombre al volumen completo y literariamente
uno de los mejores de éste libro.
El protagonista es Kai-Lan, "señor del caribal de Puná", gran sacerdote y cacique de los lacandones, personaje en donde su principal misión consiste en moldear "deidades doblegadoras de las pasiones, moderadoras de los fenómenos naturales que en la selva se desencadenan con furia diabólica, domadoras de bestias, amparo contra serpientes y sabandijas y resguardo opuesto a los hombres malos del más allá de los bosques". .
Un día se desencadena una terrible tormenta en plena selva lacandona. Kai-Lan fabrica un dios especial, pero éste es impotente para domeñarla. El agua todo lo invade y la tormenta sigue. El diosero, iracundo, rompe la obra de sus manos. Entonces elabora otro, un cuadrúpedo fabuloso con airosa cola de quetzal. Éste sí es poderoso y la tormenta cede.
El diosero lleno de orgullo, sale del templo y lanza alaridos de júbilo. "No hay en toda la selva uno como Kai-Lan para hacer dioses... Mató a la tormenta", dice el propio sacerdote.
El cuento termina con una visión poética, pues "prendido a la copa de un ramón, el arco iris esplende."
Pertenece también a este grupo, aunque con características más terrenas y con una indeleble carga de dolor, tristeza y ternura, "La parábola del joven tuerto`*.
Este relato, está lleno de ironía y de humor negro. Como su hijo está tuerto y todos se burlan de él, la madre pide a la virgen de San Juan de los Lagos un milagro para que la gente se apiade o el pequeño se componga. Así las cosas, cuando en el atrio del santuario madre e hijo preparan su retorno al pueblo, un fuego artificial estalla en la cara del niño y le revienta el ojo sano. La madre agradece a la Virgen el milagro porque su crío ya no será objeto de burlas por estar tuerto: ahora es ciego.
2. Cuentos de situación. La ignorancia y el atraso de los indios chinantecos de Oaxaca se ponen de manifiesto en el cuento de este grupo "El cenzontle y la vereda" Irónico a la par que doloroso testimonio, relata un incidente con unos indios a quienes se obsequiaron ciertas píldoras para combatir el paludismo, y ellos, en vez de ingerirlas, sólo habían atinado a ponérselas a modo de "collar de comprimidos de quinina, bermejos y brillantes" para que el mal no se les acerque, en la creencia de que éste "le tiene miedo al sartal de piedras milagrosas". También en esta clasificación tienen gran calidad "Las vacas de Quiviquinta" y "La cabra en dos patas".
El protagonista es Kai-Lan, "señor del caribal de Puná", gran sacerdote y cacique de los lacandones, personaje en donde su principal misión consiste en moldear "deidades doblegadoras de las pasiones, moderadoras de los fenómenos naturales que en la selva se desencadenan con furia diabólica, domadoras de bestias, amparo contra serpientes y sabandijas y resguardo opuesto a los hombres malos del más allá de los bosques". .
Un día se desencadena una terrible tormenta en plena selva lacandona. Kai-Lan fabrica un dios especial, pero éste es impotente para domeñarla. El agua todo lo invade y la tormenta sigue. El diosero, iracundo, rompe la obra de sus manos. Entonces elabora otro, un cuadrúpedo fabuloso con airosa cola de quetzal. Éste sí es poderoso y la tormenta cede.
El diosero lleno de orgullo, sale del templo y lanza alaridos de júbilo. "No hay en toda la selva uno como Kai-Lan para hacer dioses... Mató a la tormenta", dice el propio sacerdote.
El cuento termina con una visión poética, pues "prendido a la copa de un ramón, el arco iris esplende."
Pertenece también a este grupo, aunque con características más terrenas y con una indeleble carga de dolor, tristeza y ternura, "La parábola del joven tuerto`*.
Este relato, está lleno de ironía y de humor negro. Como su hijo está tuerto y todos se burlan de él, la madre pide a la virgen de San Juan de los Lagos un milagro para que la gente se apiade o el pequeño se componga. Así las cosas, cuando en el atrio del santuario madre e hijo preparan su retorno al pueblo, un fuego artificial estalla en la cara del niño y le revienta el ojo sano. La madre agradece a la Virgen el milagro porque su crío ya no será objeto de burlas por estar tuerto: ahora es ciego.
2. Cuentos de situación. La ignorancia y el atraso de los indios chinantecos de Oaxaca se ponen de manifiesto en el cuento de este grupo "El cenzontle y la vereda" Irónico a la par que doloroso testimonio, relata un incidente con unos indios a quienes se obsequiaron ciertas píldoras para combatir el paludismo, y ellos, en vez de ingerirlas, sólo habían atinado a ponérselas a modo de "collar de comprimidos de quinina, bermejos y brillantes" para que el mal no se les acerque, en la creencia de que éste "le tiene miedo al sartal de piedras milagrosas". También en esta clasificación tienen gran calidad "Las vacas de Quiviquinta" y "La cabra en dos patas".
3. Cuentos de costumbres. El relato "La Tona". Se
describe en él la forma ruda, primitiva y casi inhumana, cómo Crisanta, una
indiecita muy joven, se dispone ella sola y luego ayudada por la vieja
comadrona del lugar, a dar a luz.
La acción sucede en Tapijulapa, "el pueblo de indios
pastores", y gracias a la intervención de un medico se resuelve con final
feliz.
En este relato se nota el tono levemente burlón del autor.
Otro cuento que destaca es "Los novios", simple desarrollo de una
relación amorosa y las vagas inquietudes del muchacho, descendiente de
alfareros de Bachajón, por estar ya en edad de "querer tuna", como
dice su padre; su vergüenza al ser descubiertos sus deseos, el conocimiento de
"ella", el ceremonial de petición de mano; luego, el rito del
matrimonio y, finalmente, la ida de ambos por el vallado donde "él toma
entre sus dedos el regordete meñique de ella, mientras escuchan, bobos, el trino
de un jilguero".
Publicado en 1952, por Rojas González no hace de
prejuicios con el problema indígena mexicano, sino que es el
producto literario de su convivencia con el indio en sus propias comunidades,
única forma de conocer e interiorizarse en sus costumbres, conflictos,
necesidades y creencias, los cuales el autor recrea con arte.
Es evidente el interés real, auténtico, que el indio
despierta en el autor, quien lo trata con cariño, respeto y profundidad,
describiendo sus pasiones, defectos y miserias, ahondando en su angustia y
compleja psicología.
De estilo cuidado y sencillo en sus poéticas descripciones
llenas de elementos significativos, desenlaces muy bien logrados y gran efecto
plástico, el saldo final que deja El diosero es el de una colección de
verdaderas recreaciones literarias.